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SOBRE LAS PULSIONES

Una aclaración importante para comprender la naturaleza de las pulsiones es tener en cuenta la confusión popular con el significado de la palabra “sexualidad” en cuanto a la teoría psicoanalítica se refiere. Se equipara sexualidad con genitalidad, cuando en realidad la primera está hablando de todas aquellas excitaciones y actividades que producen un placer que “no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, función excretora, etc.) y que se encuentran también a título de componentes en la forma llamada normal del amor sexual” (1).

El término “pulsión” equivale a la traducción de la palabra alemana Trieb, utilizada por Freud. En “Pulsión y destinos de pulsión” (1915) Freud describe las pulsiones como “un concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático”, “llamamos pulsiones a las fuerzas cuya existencia postulamos en el trasfondo de las tensiones generadoras de las necesidades del ello” (2). 

A veces se las ha confundido con el instinto, en la “Nota introductoria” a “Pulsión…”, Etcheverry ya aclara que Strachey había traducido Trieb por instinct y que él ha preferido decantarse por el término “pulsión”. En efecto, para Freud el instinto explica un comportamiento determinado por la herencia que podemos ver igual en todos los individuos de una misma especie y no puede aplicarse al ser humano. La pulsión, sin embargo, es una carga energética que lleva al organismo hacia un fin concreto. El origen es una excitación corporal, una tensión, y se sirve del objeto para lograr ser satisfecha, aunque no hay que olvidar que nunca será totalmente satisfecha, sólo de manera temporal. El sistema nervioso busca el modo de liberarse de los estímulos que recibe, su meta es reducirlos al mínimo posible, “el sentimiento de displacer tiene que ver con un incremento del estímulo, y el de placer con su disminución” (3).

En “Tres ensayos para una teoría sexual” y “Pulsiones y destinos de pulsión”, Freud plantea en su teoría un conflicto existente entre las pulsiones sexuales y las pulsiones yoicas o de autoconservación (la protección de la vida, de la especie). En su artículo de 1910, “La perturbación psicógena de la visión”, Freud utilizará por primera vez la expresión de “pulsiones yoicas” equiparándolas con las pulsiones de autoconservación, y explicará su importante papel para que se produzca la represión: “De particularísimo valor para nuestro ensayo explicativo es la inequívoca oposición entre pulsiones que sirven a la sexualidad y las pulsiones yoicas” (4).

Cuatro años después, en 1914, en su “Introducción del narcisismo”, Freud se da cuenta de que las pulsiones sexuales y las yoicas son lo mismo. En 1920, en su obra “Más allá del principio del placer”, Freud establecerá la dualidad en la que se asentará toda la teoría psicoanalítica: pulsiones de vida, aquí encontramos la libido, el Eros, el amor; y pulsiones de muerte, Thanatos.

Al respecto de las pulsiones de muerte me parece interesante la puntualización que hace la psicoanalista francesa Françoise Dolto, porque es común el error de equiparar las pulsiones agresivas con estas últimas:

“En las pulsiones de muerte no puede deslizarse ninguna pulsión agresiva, sea activa o pasiva. Porque las pulsiones activas y pasivas, sea la que fuere la imagen del cuerpo donde se experimentan, están siempre al servicio de la libido, y por tanto del deseo de vivir de un sujeto en relación con el mundo exterior que apunta a satisfacer hasta su completo cumplimiento las pulsiones del estadio en curso. A lo largo de la existencia, pulsiones de muerte disputan con las pulsiones de vida, y triunfan precisamente en nuestro dormir natural, cuando cada cual queda sometido a la primacía de las pulsiones de muerte, gracias a lo cual el cuerpo descansa de las exigencias del deseo del sujeto.” (5)

Como vemos en los “Tres ensayos de una teoría sexual”, la pulsión siempre expresa formas diferentes de relación del sujeto con el objeto. Todas las pulsiones se caracterizan por:  el empuje (Drang), el objeto (Objekt), la meta (Ziel), y la fuente (Quelle).

El empuje es lo que obliga a la pulsión a obtener la satisfacción total, cosa imposible. Ya sea esta satisfacción activa o pasiva, la pulsión siempre se considera activa.

El objeto es donde la pulsión logra satisfacerse, puede ser una persona, una cosa, o una fantasía.

La meta es alcanzar la satisfacción para resolver la tensión, para suprimirla. La satisfacción sólo se consigue parcialmente, y los caminos para lograrla pueden ser variados.

La fuente es el proceso orgánico donde se origina la excitación.

En el texto de 1915 “Pulsiones y destinos pulsionales”, Freud describe cuatro destinos que pueden experimentar las pulsiones. Estos destinos son:

La inversión en lo contrario, es la formación reactiva. La meta activa, por ejemplo, mirar (voyeurismo), pegar (sadismo), queda reemplazada por la pasiva, ser mirado (exhibicionismo), ser pegado (masoquismo). También hay un trastorno en cuanto al contenido, por ejemplo, el amor se trasforma en odio.

La reversión, se vuelve hacia la propia persona; por ejemplo, el masoquismo sería un sadismo vuelto contra el propio yo, y el exhibicionismo un voyeurismo revertido.

La represión, a la que dedicará su artículo homónimo de 1915: “El destino de pulsión que es la represión, será objeto de una indagación posterior”.

La sublimación.

La pulsión no tiene una clínica específica, no se es consciente de ella, sólo podemos tener constancia de ella por lo que Freud llama “el representante (Repräsentant) psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (6).

En las pulsiones se dan unos estadios o fases que dependen del desarrollo del sistema nervioso de cada individuo y estarán relacionados con las zonas erógenas:

Fase oral: desde el nacimiento hasta aproximadamente los dieciocho meses. La zona erógena es la boca.

Fase anal: desde el final de la fase oral hasta aproximadamente los 3 años. La zona erógena es el ano; el niño, con el control de los esfínteres, siente sensaciones placenteras.

Fase fálica: desde el final de la fase anal hasta aproximadamente los seis años. La zona erógena son los genitales y la sensación placentera que experimentan niños y niñas al orinar. Comienzan la curiosidad e investigación por las diferencias sexuales y por la concepción de los niños. En esta etapa se desarrolla el Complejo de Edipo.

Fase de latencia: desde el final de la fase fálica hasta el inicio de la pubertad. No tiene una zona erógena asociada. El niño, al no lograr comprender el misterio de la sexualidad, abandona sus investigaciones por otros saberes más a su alcance.

Fase genital: empieza en la pubertad. El interés está centrado nuevamente en los genitales y es cuando cada sujeto desarrolla sus intereses e inclinaciones sexuales.

Lacan, en el Seminario XI, añadirá dos pulsiones más:

La pulsión escópica: que se centra en la mirada y que se desarrolla en el llamado “estadio del espejo”, cuando el niño lograr reconocerse con júbilo en su imagen reflejada, se ve entero.

Recalcatti, en su hermoso ensayo Las manos de la madre, lo explica así:

“Con la teoría del estadio del espejo, Lacan nos demuestra cómo la identidad del sujeto no nace en absoluto del desarrollo progresivo de las potencialidades innatas, sino que depende fundamentalmente de la mediación asegurada por la mirada del Otro. El sentimiento de identidad y de unidad del propio cuerpo no se genera mediante una maduración evolutiva ya programada, sino solo gracias al encuentro contingente con el espejo como rostro del Otro.” (7)

La pulsión invocante:  el cerebro ya ha desarrollado las zonas del lenguaje. Se refiere a la voz, a palabras que el cerebro ya comprende. Es mediante la voz como el deseo del Otro llega al sujeto. La primera voz que escucha el neonato es la voz de la madre, cuyo sonido lo liga a la vida, la voz que le da el lenguaje y le descubre el mundo.

Bibliografía y notas

  • Laplanche, Jean; Pontalis, Jean-Bertrand. Diccionario de Psicoanálisis, pág. 401. Paidós.
  • (3) Freud, Sigmund. “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu editores.
  • Freud, Sigmund. “La perturbación psicógena de la visión”, pág. 211, en Obras Completas, vol. XIAmorrortu editores.
  • Freud, Sigmund. (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras Completas, Tomo VII. Amorrortu editores.
  • Freud, Sigmund. (1914) “Introducción del narcisismo”, en Obras Completas, Tomo XIV. Amorrortu editores.
  • Freud, Sigmund. “El yo y el ello”, en Obras Completas, Tomo XIX. Amorrortu editores
  • Freud, Sigmund. “El yo y el ello”, en Obras Completas, Tomo XIX. Amorrortu editores.