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LA ESCENA PRIMARIA

Una jovencita a la que conozco bien recuerda esta experiencia de sus once años: después de que en el colegio los alumnos recibieran una clase informativa de educación sexual, fue interpelada por su madre acerca de su parecer sobre el tema. “Me parece muy bien, es lógico que sea flexible y manejable [el pene], pero ahora ¿podría ver cómo se hace?”. La madre, alarmada, improvisó esta respuesta: “Ah, no, ya no lo hacemos, eso fue solo para tener hijos”.

He aquí un ejemplo de primera mano entre los muchos que se pueden encontrar fácilmente referidos a la curiosidad de los niños por la sexualidad, y en concreto por la de los padres, pues ellos son su primer objeto de amor y los seres que tienen más cerca.

Como sabemos, Freud conmocionó a la sociedad de la época, rígidamente instalada en la moral victoriana, al descubrirle que el niño es un ser sexuado. Uno de los aspectos de esta sexualidad se refiere a la Urszene, o escena primaria; es decir, la visualización por parte del niño del coito de los padres.

Junto a la castración y la seducción, la también llamada escena originaria, primordial o protoescena, es una de las fantasías que conforman el Complejo de Edipo.

Estas escenas, que pueden haber sido realmente vislumbradas por el niño y luego reprimidas o sólo imaginadas, ilustran con claridad la gran curiosidad de los más jóvenes por el irresoluble misterio de la vida.

Ya desde muy pequeños expresan esta observación del cuerpo y de las diferencias entre los sexos, recordemos al pequeño Hans preguntándole a su madre si ella también tenía un “hace-pipí” como el suyo y diferenciando los objetos de las personas en función de tener o no un “hace-pipí”. La pregunta por cómo se hacen los bebés, de dónde salen, dónde estaban antes de nacer, son también muy habituales, y como sus indagaciones científicas no pueden ser nunca totalmente satisfechas, inventan todo tipo de teorías para completar un rompecabezas que les resulta demasiado complejo porque carecen de la madurez física y psíquica necesaria.

No sería pues extravagante pensar que los niños deseen espiar el coito de los padres, ya sea con los ojos o “con las orejas”, e imaginar las conclusiones que puedan extraer de ello. En el artículo de 1908, “Sobre las teorías sexuales infantiles”, Freud escribe:

«La tercera de las teorías sexuales típicas se ofrece a los niños cuando, por alguno de los azares hogareños, son testigos del comercio sexual entre sus padres, acerca del cual, en ese caso, pueden recibir sólo unas percepciones harto incompletas. Pero cualquiera que sea la pieza de ese comercio que entonces observen, la posición recíproca de las dos personas, los ruidos que hacen o ciertas circunstancias secundarias, siempre llegan a lo que podríamos llamar la misma concepción sádica del coito.»

Resulta fácil imaginar cómo queda impresionada la sensibilidad de un niño tras una escena tan incomprensible protagonizada por los adultos. Uno de los dos, a menudo el padre, estará encima del otro, ambos tumbados o en una postura extraña, y los sonidos y movimientos no le parecerán muy tranquilizadores ni placenteros. En ese momento él debe de sentirse más ajeno a sus padres que nunca, está realmente fuera de escena, no forma parte del núcleo. Si algo en la relación cotidiana de la pareja le ha hecho sospechar una unión particular, ahora asiste al desarrollo de un juego carnal que parece violento y “sádico” por parte del padre y pasivo y “masoquista” por parte de la madre

«pero esta concepción impresiona, a su vez, como un retorno de aquel oscuro impulso al quehacer cruel que se anudó a la excitación del pene a raíz de la primera reflexión acerca del enigma de la procedencia de los hijos. Tampoco cabe desconocer la posibilidad de que ese temprano impulso sádico, que estuvo a punto de dejar colegir el coito, emergiera bajo el influjo de unos oscurísimos recuerdos del comercio entre los padres, recuerdos para los cuales el niño había recogido el material, sin valorizarlo entonces, cuando en sus primeros años de vida compartía el dormitorio con aquellos».

En la Interpretación de los sueños Freud no utiliza aún la denominación de escena primigenia u originaria pero sí le da importancia a esta observación por parte del niño, quien no podría controlar excitarse sexualmente ante una visión que no comprende y que a la vez le causaría angustia.

También Melanie Klein hace referencia en “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”. Refiriéndose a los casos de melancólicos los describe perseguidos “por las exigencias de los malos objetos internalizados […] especialmente aquellos objetos representados por el coito sádico de los padres”. Con su “imago de los padres acoplados”, Klein introduce otra fantasía infantil según la cual los padres estarían “unidos en una relación sexual ininterrumpida”; la madre contendría el pene del padre o a él entero, y el padre contendría el pecho de la madre o a la madre entera. Esta fantasía generaría también una gran ansiedad.

Será en el controvertido y complejo caso de la Historia de una neurosis infantil, cuando Freud le dará el nombre de escena primaria.  El paciente, diagnosticado por Freud de neurosis obsesiva, había contraído una gonorrea a sus dieciocho años, y aunque había sido un niño casi normal, cuando llegó a la consulta a los veinticuatro años vivía en un estado de total dependencia. Una vez en análisis relata una pesadilla de la niñez que le había generado mucha angustia: la ventana de su habitación se abre y él ve seis o siete lobos blancos subidos a un árbol, tenían grandes colas como los zorros y enderezaban las orejas como los perros, estaban quietos y lo miraban; esto lo relaciona con el terror que le producía cualquier imagen que representara a este animal, incluso los dibujos de los cuentos infantiles. Freud está seguro de que tras este sueño se esconde la causa de la neurosis del paciente, y ambos emprenden un análisis riguroso que no brindará su esclarecimiento hasta el final del tratamiento.

Había dos aspectos que el paciente resaltaba de su sueño, la actitud quieta y tranquila de los lobos y el modo tenso con que lo miraban; también era llamativo que al despertar sintiera que aquello era real. Esto hizo sospechar a Freud que el sueño estaba recreando un episodio que efectivamente había ocurrido en su vida.

Pero ¿cómo se anuda aquí el tema de la protoescena? Al inicio Freud separa los aspectos importantes: hay detrás una escena real, pertenece a una época muy temprana, es crucial la inmovilidad y la mirada, hace referencia a algo sexual, a la angustia de castración, al padre y a algo que lo aterrorizó.

Freud deduce y constata en el análisis que los lobos eran un sustituto del padre, por quien había desarrollado una intensa angustia. La escena real a la que aludía el sueño era algo que había presenciado cuando tenía unos dos años y medio, mientras dormía en la habitación de sus padres. La ventana que se abre sola eran sus ojos: se había despertado y había sido testigo del coitus a tergo de los padres; en esa postura pudo ver los genitales de ambos, y aunque en ese momento no entendió lo que estaba viendo sí lo comprendió años más tarde, cuando se reeditó en forma de sueño.

Ya sea una vivencia real del niño o imaginada por él lo importante es que forma parte de su desarrollo y puede observarse en los fantasmas inconscientes de todos los neuróticos.

BIBLIOGRAFÍA

Freud, S. (1901-1905) “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo VII, pág. 206.

Freud, S. (1908) «Sobre las teorías sexuales infantiles», en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo IX, pág. 196.

Freud, S. (1913) “Materiales del cuento tradicional en los sueños”, en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XII, pág. 293.

Freud, S. (1917-1919) “De la historia de una neurosis infantil (el ‘Hombre de los Lobos’), en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XVII.

Klein, M. (1935) “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”, en Obras Completas.