Psicoanalista en Barcelona | Psicoanálisis

EL PSICOANÁLISIS EN LA ACTUALIDAD

“La vida en un clic”, se puede leer en la portada de un libro de reciente publicación donde se promete la inmortalidad. Incluso aquello que el ser humano no puede simbolizar, aquello de lo que no tiene experiencia, lo real, lo ineludible y donde todos nos igualamos, ha sido negado por los tiempos (de la posmodernidad) actuales. “Y si te prometemos la inmortalidad…?”, dicen. Última y novedosa promesa de lograr tapar el agujero, llenar el vacío, como tantas vacuas ofertas del mercado capitalista. El ser humano, que siempre cree vivir en la peor de las épocas, hace ya tiempo que se ha visto despojado de un rol concreto, duda de su género, de si hay género, y esto lo desorienta, pues no siempre la anatomía asegura la coincidencia;  además, se le anuncia que no hay futuro. No hay futuro, pero puede llenar su presente con cualquier cosa, incluso con el clic de la inmortalidad. Puede, y debe, estar continuamente conectado, in-des-informado, desformado, pues no sabe nada y en realidad está solo como siempre. No hay por qué esforzarse, pensarse, hacerse a uno mismo; el recreo dura toda la vida, y la angustia también. La felicidad es un bien del que se ha apropiado la ciencia, que se ha anunciado a los poderes con ecos del tibi dabo bíblico: “Si nos dan dinero, cuántas máquinas, cuántas cosas y máquinas pondríamos a vuestro servicio” (Lacan, Seminario 7, p. 396). La política, el mercado, entrega un sucedáneo para evitar indagar en los motivos del sufrimiento psíquico. Mejor revolver entre la genética, las neuronas, para victimizar al ser humano y anular su capacidad de cambio, anular su derecho a conocer su deseo, pasivizándolo; es un objeto más. El malestar en la cultura freudiano no parece que pueda ser superado por la revolución tecnológica. La sociedad de hoy, hiperconectada, no evita que el ser humano involucione y que su angustia sea la queja más frecuente del paciente, lo que le determina, en el mejor de los casos, a pedir ayuda al psicoterapeuta. Bulimias, anorexias, toxicomanías, depresiones, ataques de pánico, son los pasajes al acto frente a la angustia. “No puedo respirar”, dicen los adolescentes, y también los adultos.  No pueden detenerse a preguntarse por los motivos de sus síntomas, mientras siguen poniendo los ideales narcisistas en ídolos de barro que les prometen mucho y les entregan humo tecnológico. El deber del psicoanalista es conocer su tiempo, la realidad que experimentan sus analizantes, lo que ven en las pantallas, los juegos, las sustancias que toman, como se divierten…, cómo cada uno de ellos se posiciona, atendiendo a lo particular del caso por caso. Al mismo tiempo, no olvidemos que el psicoanálisis ha de cuestionar y transformar la cultura dominante. El psicoanálisis es una ética y una política, que busca liberar al sujeto de las alienaciones sociales, culturales y psíquicas que lo oprimen. No debe adaptarse a lo que la sociedad espera de él, sino que ha de crear nuevas formas de subjetividad, de deseo y de goce. Será flexible, pero siempre desde la ética del bien-decir, para que pueda darse un trabajo analítico. Una actitud rígida y acartonada ahuyentará a estos sufrientes que se vinculan tibiamente y demandan un resultado inmediato. Si, como parece, hay un debilitamiento de lo simbólico que nos deja más desprotegidos ante lo real, si el paciente es hoy más narcisista, más gozante, menos capaz de soportar la existencia y de reconocerse en lo que le ocurre,  tal vez el cometido del psicoanalista sea hoy más que nunca brindar un asidero para lograr recorrer su camino hacia los adentros. ¿Deberíamos ser más activos en las entrevistas preliminares para conseguir despertar el interés de estos jóvenes desencantados? ¿Y cómo? Muchos relatan una infancia llena de múltiples estímulos, actividades donde raramente se encuentran a sí mismos, y no les resulta fácil pensar en quiénes son y en lo que les está ocurriendo. Recuerdo la astucia del personaje de Sherezade, que deja cada noche abierto el final de sus cuentos para evadir su propio final y ganar un día más. De igual modo, en las sesiones se puede abrir un enigma que los ayude a interrogarse, preguntas que relanzan el análisis y pueden dar origen a la demanda.  Se trata más que nunca de que encuentren las palabras para decirlo. Si bien es cierto que cada época muestra diferentes presentaciones para los síntomas, no podemos dejarnos engañar por la apariencia, el bosque no ha de ocultarnos el árbol. Las estructuras que conocemos siguen vigentes y nuestro deseo de analista, de conducir al paciente a descubrir u propio deseo sigue siendo el motor de nuestra praxis. Ésta es la ética del analista, ya fuera en los tiempos de Freud, de Lacan, ya sea hoy. El analista cree en la palabra, sabe que el lenguaje, eso tan extraño donde habitamos, se expresa en nosotros. El Verbo está en el inicio de nuestros tiempos, y sigue transformándonos hoy, desde las pantallas, en la sexualidad fluida, en la virtualidad; el lenguaje es lo que nos da nuestra condición de sujetos. La posición del analista de sujeto al servicio de la transferencia, fue, ha sido, y sigue siendo lo que sostiene su acto. Las formas, los lugares, los envoltorios, tras una pantalla, en la calle, por teléfono, no son determinantes si quien se brinda como oyente mantiene su lugar de no poner en juego su yo, su narcisismo, sus opiniones, para que surja el deseo, siempre mudo, escurridizo, del paciente. Desde el no-saber, desde lo barrado, la ética del psicoanálisis, siempre esa, la misma, recorre los tiempos caóticos, catastróficos, angustiosos del sujeto perdido en su sexualidad, deseoso de afirmación y premiado en su narcisismo por un orden social que crea múltiples necesidades para satisfacer, pero mantiene alienado al sujeto. Como dijo Lacan en el Seminario 7 refiriéndose a la moral del poder: “Continúen trabajando, y en cuanto al deseo, esperen sentados”. Nosotros no esperamos.