Psicoanalista en Barcelona | Psicoanálisis

EL ESTRAGO MATERNO EN EL ARRANCACORAZONES

El deseo de la madre, deseo que siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre.

Lacan, Seminario 17

Hace años, cuando leí por primera vez la última novela de Boris Vian, El arrancacorazones, quedé desagradablemente impresionada por la violencia descarnada que transmite la narración. Es cierto que puede leerse desde la clave de la sátira, es una fantasía del surrealismo, una crítica mordaz, su realidad es mágica, y también es verdad que en Boris Vian siempre hay humor, su sentido del humor, pero el fondo de verdad es innegable, y la llamada de atención sobre la maldad y la locura intrínseca al ser humano me dificulta el distanciamiento suficiente para llegar a disfrutar con su lectura.

Ya entonces pensé que era un buen material para trabajarlo desde la mirada psicoanalítica. Se podría hablar de la presentación de esa sociedad cerrada que conforma el pueblo, del papel del psiquiatra/psicoanalista que necesita psicoanalizar porque se siente vacío (Vian parece vengarse del psicoanálisis con este retrato), de la Gloire…, de los distintos personajes… En este trabajo voy a centrarme en Clémentine y sus hijos Joël, Noël y Citroën (los dos primeros son gemelos, el otro es “uno más”) para comentar la relación tóxica que puede darse en una familia cuya madre está psíquicamente perturbada y el padre está ausente.

Buscando información sobre el autor he leído en alguna parte que se analizó con Lacan, pero no he encontrado ningún artículo que desarrolle esto. Hay una hipótesis que apunta a que la intención de Vian fue hacer una descripción de la locura de la maternidad y la magia inherente a toda infancia.

Las madres te hacen sangrar

Y te abrazan toda la vida

Por una cinta de carne cruda

Nos crían en jaulas

Vivimos masticando pedazos

Pechos arrancados por el sangrado

Nos colgamos del borde de las cunas

Tenemos sangre por todo el cuerpo.

Y como no nos gusta verlo

Dejamos fluir el de otras personas.

Un día, no habrá más.

Seremos libres.

El poema de Vian “La vida en rojo” transmite también la idea de que lo que expresa en El arrancacorazones no es para su autor un juego literario, un divertimento, si no posiblemente un modo de querer vomitar, ¿sublimar?, un dolor muy profundo. Precisamente Boris Vian murió de un ataque cardíaco a los 39 años, hacía mucho que arrastraba una enfermedad de corazón.

Freud habla de una relación muy intensa, primordial, con la madre; el primer placer del bebé es ser deseado por la madre o por quien realiza su función. Más tarde, será la intervención del Otro, el padre o un sustituto (también la madre puede hacer esta función), lo que los separa para evitar el exceso, para que el niño pueda salir al mundo, ser autónomo y no quedarse atrapado y para siempre dependiente de la madre.

“No reintegrarás tu producto” es la prohibición paterna para poner límites al deseo materno de la que nos habla Freud en el Complejo de Edipo: mediante un mito Freud nos transmite la Ley por excelencia, la que nos estructura como seres sujetos al lenguaje; por su parte, los hijos, para conseguir la adultez psíquica, nunca deberán colmar a la madre.

Lacan llama “estrago” a las consecuencias de esta ligazón excesiva y la compara con las fauces abiertas del cocodrilo, las cuales terminarían engullendo al niño si la función paterna no se interpusiera actuando como un palo que mantiene la boca abierta.

Para Lacan la prohibición edípica es una metáfora, una operación que realiza en cada ser hablante un significante al que denomina Nombre del Padre. Si la metáfora paterna opera, el sujeto puede asumir la falta, la castración, aunque con dificultades y carencias, como es de manifiesto en todas las neurosis. Es cuando esta metáfora no ha operado en absoluto que aparecen estructuras psíquicas distintas a la neurótica como una sustitución para poder ordenar el mundo, darle un sentido; la paranoia, por ejemplo, sería un modo delirante de hacerlo.

En El arrancacorazones, asistimos al inicio a los trabajos de parto de Clémentine, del que nacerán los trillizos Noël, Joël y Citroën. Los gritos alertan al psiquiatra Jacquemort, que, ignoramos el motivo, se dirigía caminando hacia el pueblo.

El padre, como un adelanto de lo que acabará ocurriendo, es incapaz de acercarse a auxiliar a su esposa, ella lo ha amenazado con un revólver. Es un padre débil que no ha deseado este embarazo, que prefiere imaginar a su mujer de espaldas para no verle el vientre, que se aísla durante dos meses como modo de negar un futuro inminente que rechaza: “El mal, en general, ya estaba hecho, sin ninguna satisfacción” (1).

Clémentine, por su parte, tampoco parece haber sido feliz con su gravidez: “Odiaba tanto su barriga hinchada que no quería que nadie la viera y prefería gritar sin testigos” (2).

A este hogar sufriente llega el psiquiatra Jacquemort, su intervención ayuda a nacer a los niños y actúa como una primera promesa (aunque decepcionante) de metáfora paterna: si los niños no nacieran, si continuaran en el interior de la madre, morirían. Jacquemort atiende al parto porque, excepto la criada, no hay nadie que ayude a la parturienta. El padre, Angel, reconoce enseguida que él “no ha podido hacerse cargo” (3).

La madre, pese a la opinión contraria del psicoanalista, decide amamantarlos. No hay ni rastro de felicidad por el triple nacimiento; Clémentine odia a su esposo por haberla dejado embarazada y declara firmemente que no volverá a dejar que la toque nadie. Es una mujer que interpone la maternidad como un muro para alejar a un marido anulado que se complace en quedar al margen, ha estado dos meses apartado y encerrado, en ese tiempo no ha hecho nada, y contesta cuando le preguntan cómo le sienta ser padre: “No me hace ninguna gracia” (4).

Pronto nos damos cuenta de que la madre ha hecho planes para los niños, a los seis meses ya deberán caminar, y al año sabrán leer. Serán tratados igual que los hijos de los aldeanos, y cuando caminen les pondrán, como a aquéllos, zapatos de hierro. Los niños son tratados como objetos que cumplirán el objetivo de la madre: molestar lo menos posible.

El padre, rechazado durante toda la crianza, acaba por abandonar la casa. Ni siquiera ha intentado intervenir en la elección de los nombres de sus hijos, aunque no le gustan.

El nombre del tercer niño es una marca de automóvil, ¿por qué?, ¿para subrayar su función de objeto? ¿Qué estatuto tienen para ella las diéresis de Noël, Joël y Citroën?  Tal vez unos ojos, los ojos de la madre: “os miro, os estoy vigilando, no seréis sin mí”.

Sin embargo, Clémentine va aceptando a los niños que rechazaba en un principio. Vemos cómo su actitud cambia mientras le da de mamar a uno de ellos. El niño está a punto de ahogarse porque ella lo acerca y lo aleja del pecho varias veces, como si no acabara de creer que la criatura depende de su alimento. Es una madre perturbada, que necesita comprobar que sus hijos morirían sin ella; no lo sabe, no lo da por hecho.

Cuando Jacquemort le pregunta si los quiere, responde: “Parecen buenas personas, y, además, me necesitan” (5).

Estos niños no aceptados son luego sobreprotegidos. Clémentine ejerce su función de un modo patológico, sintomático: de la nada al todo, de la madre que rechaza a la madre absorbente: tala el árbol del jardín porque teme por su seguridad y come carne podrida para dejarles los mejores trozos.

Las criaturas, huyendo de la autoridad materna, logran escapar volando, del jardín que los limita, comiendo unas babosas azules con poderes mágicos; bella metáfora de la naturaleza como madre nutricia que facilita la madurez y autonomía de su descendencia -raíces y alas.

Pero el final de la novela no cambia su mensaje demoledor, los niños son encerrados en tres “cómodas” habitaciones-jaulas. Serán así aislados del mal, de un mundo sin culpa, sin conciencia, serán absorbidos por la madre, devueltos metafóricamente a su vientre. Serán así también privados de la libertad, de la posibilidad de lograr el placer y su propio deseo.

El producto ha sido trágicamente reintegrado.

Bibliografía y citas

(1) Vian, Boris. L´arrencacors, pág. 10. Club Editor.

(2) Ibídem, pág. 10.

(3) Ibídem, pág. 19.

(4) Ibídem, pág. 23.

(5) Ibídem, pág. 91.

Freud, Sigmund. Obras Completas, vols. VII, XIII, XV, XVI. Amorrortu editores.

Lacan, Jacques. Seminario 17. “Edipo, Moisés y el padre de la horda”.

Vian, Boris. L´arrencacors. Club Editor.