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EJERCICIO SOBRE LA PERVERSIÓN

La perversión nos sigue resultando perturbadora e incomprensible, objeto de rechazo y horror, a veces también de fascinación y curiosidad. La literatura y el cine la ha reflejado con más o menos éxito; ya dijo Freud que el neurótico fantasea con lo que el perverso actúa (1).

Pero el solitario voyeur, el tan ridiculizado exhibicionista, el fetichista con su zapatito (como diría Lacan), el masoquista, tan atado a su dolor, en quien podemos ver un sádico que ha revertido la pulsión, ninguno de ellos provoca en nosotros más horror, estupefacción, atracción también, que el sádico extremo, aquel perverso que convive cómodamente con el mal, que lo busca y lo necesita.

Parece injusto que a éste se le incluya dentro del grupo de las perversiones, hay una característica que los diferencia: los primeros centran su acción y pulsión libidinal en un fin, y el otro, donde también debemos incluir a los pedófilos, gerontófilos, zoófilos y asesinos seriales, desencadenan su goce en un objeto. Ninguno de ellos siente culpa.

En su “Tres ensayos para una teoría sexual”, Freud distingue entre perversidad y perversión, delimitando este componente agresivo de la pulsión sexual: “En el lenguaje usual, el concepto de sadismo fluctúa entre una actitud meramente activa, o aun violenta, hacia el objeto sexual, hasta el sometimiento y el maltrato infligidos a este último como condición exclusiva de la satisfacción. En sentido estricto, sólo este segundo caso, extremo, merece el nombre de perversión” (2).

El perverso es un transgresor. No cumple la norma aunque la conoce, es plenamente consciente de ella, pero la ignora, es algo que a él no le atañe, sólo reconoce su propia ley. En todos los casos ha salido del Edipo sabiendo de la castración y a la vez negándola: intenta tapar la falta de la madre. El mecanismo de su estructura psíquica es la Verleugnung, la renegación. La función paterna ha sido frágil, el padre suele estar bastante ausente o es despreciado, aunque aceptado por la madre. Ella mantiene un vínculo muy fuerte con el niño, puede decirse que lo ha seducido. Éste no es como en la psicosis un apéndice de la madre, un desecho, es más bien su compañero, su cómplice de goce.

Frente a la vacilación del neurótico, siempre a la búsqueda de lo que le falta, de su deseo, el perverso se sostiene en su acto. Él no duda sobre el goce, sabe dónde encontrarlo; como no se pregunta, es raro que acuda a la consulta de un psicoanalista o de un psicólogo. El perverso no se angustia, es él quien causa la angustia en el Otro, como dice Lacan: “es el objeto de un goce del Otro” (3), que significa que él se ofrece al Otro para que goce de él. Para Miller, el perverso es un sujeto que ya sabe todo lo que hay que saber sobre el goce (4).

Sin embargo, su vida fantasiosa es pobre, en este sentido es víctima de un marco sin salida donde su papel queda limitado siempre a seguir un guión invariable.

Según Nasio, el perverso realiza hasta la humillación el fantasma perverso del neurótico (5).

Si tenemos en cuenta que todos fantaseamos con la perversión, la diferencia está en la posición del perverso frente a su acto. Él goza, mientras que el neurótico se culpabiliza y angustia.

Un ejemplo extremo es el asesino en serie, el caso de Ted Bundy, muy documentado en internet. Bundy, norteamericano, perteneciente a la década de los años 70, reconoció haber matado a treinta mujeres, todas jóvenes, alguna niña, pero se sospecha que asesinó a muchas más cuyos cuerpos nunca se encontraron.

Es interesante ver las entrevistas que concedió a un periodista cuando se hallaba en la cárcel ya condenado a muerte. Él arroja toda la responsabilidad del delito a haber encontrado por casualidad, en un callejón, unas revistas pornográficas que lo volvieron adicto al sexo violento. Resulta sobrecogedor verle y oírle hablar tranquilamente, respondiendo a las preguntas comprometedoras del periodista como si su único delito hubiera sido robar en un supermercado. Bundy describe a su familia como normal y católica: unos buenos padres que estuvieron siempre pendientes de sus hijos. Las investigaciones posteriores sobre su infancia apuntan a que pudo ser un hijo del incesto; el abuelo materno era un ejemplo vivo del padre de la horda, maltratador y gozador de su mujer y sus hijas; Bundy vivió en este infierno unos cinco años, creyendo que sus abuelos eran sus padres y su madre biológica la hermana. Al fin la madre pudo huir de este hogar terrible para mudarse a otro estado, donde acabaría casándose con quien daría el apellido Bundy a Ted, y de quien tendría otros hijos.

Realmente sólo podemos aventurar hipótesis de cómo pudieron afectar al futuro asesino todas estas circunstancias, y nunca sabremos por qué tras estudiar en la universidad psicología y derecho empezó a secuestrar mujeres para asesinarlas y violarlas. Tuvo un par de novias que rompieron el compromiso, pero ninguna de ellas, ni sus amistades ni sus colegas podían sospechar que, tras el atractivo, inteligente y simpático Ted se escondía un asesino en serie. Los profesionales que lo examinaron descartaron una estructura delirante, la psicosis, y afirmaron sin duda que era plenamente consciente de sus actos. Un dato llamativo es que cuando al fin unos policías acudieron a casa de la madre para explicarle que su hijo había confesado sus crímenes, ella, que siempre lo había defendido, escuchó la noticia sin afectarse y a continuación los invitó a tomar el té. Un nivel de negación muy perturbador.

Los psicólogos y profesionales que lo trataron en la cárcel expresaron opiniones del tipo: “No tenía el aspecto de alguien que asesinaría a unas jovencitas.” “Una persona así elige a la víctima por algún motivo: posesión, control, violencia.” “El cerebro de Ted Bundy era único, decía que tenía una voz en la cabeza y esa voz le decía cosas sobre las mujeres.” (Sin embargo, se descartó que sufriera ningún tipo de delirio.) “Tenía unos ojos muy azules, pero cuando se enfadaba se le volvían negros.” “El asesinato lo dejaba hambriento e insatisfecho, pero también con la creencia irracional de que la próxima vez quedaría satisfecho, o la próxima vez, o la próxima…”

Y él decía de sí mismo: “No soy una bestia, no estoy loco y no tengo doble personalidad. Soy una persona normal.”

Una persona normal.

Mientras me documentaba para el artículo me di cuenta de que me debatía entre escribir sobre este caso extremo de perversión o dedicarlo a otro tipo de desviación más “amable”. Está claro que la perversión es la gran desconocida y soy consciente de que dispongo de poco material y nula experiencia para extenderme sobre este tema. Me pregunté si alguna vez me habría relacionado con alguna persona con estructura perversa o si habría creído ver perversión cuando sólo se trataba de la más común perversidad del neurótico.

Este otro perverso al que me refiero es lo que podría denominarse el “perverso común”, el personaje que podemos encontrar en el trabajo, en el círculo de amistades, en una institución… Puede ser nuestro jefe, nuestro subordinado, un vecino, un familiar, un médico, un profesor… Puede estar utilizando su cargo de un modo retorcido, desviado, fuera de la norma.

Este sujeto en algún momento llama nuestra atención, puede mostrarse afectuoso, agradable, servil incluso. Nuestro hombre `parece tener muy claros sus objetivos y, si nos dedicamos a observarlo sin que lo sepa, veremos en cuántas ocasiones podemos sorprender en su rostro un cambio de expresión tan repentina que nos recuerda al extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde, la novela de Stevenson. Este ser complaciente y hasta risueño exhibe una mirada fija y un rictus petrificado que desdice e incluso contradice el rostro que mostraba hasta el momento, pero apenas dura un segundo… Cuando ya ha conseguido lo que buscaba es habitual que desaparezca de la escena o muestre su verdadera naturaleza; si tiene poder puede ser un tirano. No necesariamente es un delincuente, pero como no contempla la norma ni se sujeta a ninguna ley social es fácil que la infrinja.

Al principio, el perverso común seduce al neurótico, lo manipula, lo utiliza, lo atrapa, provoca su angustia sí, pero también en muchos casos su admiración, éste ya ha fantaseado, conscientemente o no, los actos que lleva a la acción el otro. Para conquistarlo y poder servirse de él, este sujeto que sigue solo su propia ley, ha identificado previamente el talón de Aquiles de su víctima: la vanidad, la ambición, las ansias de poder, de dinero, sus miedos… Sabe darle a cada cual aquello que le falta, trasmitiendo hábilmente una promesa implícita de completud.

Como es hábil en relacionarse logra introducirse allí donde desea, conseguir financiación, contactos y vínculos sin gran dificultad pues carece de ética y sabe mentir, falsear y enredar sin titubear.

Es inteligente, a veces incluso brillante, pero está atado a su propio esquema estático inconsciente e ignora que es una víctima de sí mismo.

Si no se le descubre más a menudo, si se le disculpa o se le soporta, si logra medrar, será tal vez porque la misma mirada del neurótico le oculta. Éste realmente no puede creer, no logra entender, que donde él vacila, se culpa, se angustia, el otro cree saber, actúa y goza.

Bibliografía

  • Freud, S. “Tres ensayos de una teoría sexual”, en Obras Completas, págs. 45-46, 151, Amorrortu editores.
  • Freud, S. “Tres ensayos de una teoría sexual”, en Obras Completas, págs. 143-144, Amorrortu editores.
  • Lacan, J. Seminario 10, La angustia, pág. 178, Paidós.
  • Miller, J.A. Introducción al método psicoanalítico, Paidós, 1997. Cita extraída del artículo de Hernando Alberto Bernal, “Las estructuras clínicas en el psicoanálisis lacaniano”, Revista Poiesis.
  • Nasio, J.D. Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan. Editorial Gedisa, 1993. Cita extraída del artículo de Manrique y Londoño, “De la diferencia en los mecanismos estructurales de la neurosis, la psicosis y la perversión”, Revista de psicología GePu.

Las cintas de Ted Bundy, en Netflix.