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DORA Y EL SEGUNDO SUEÑO. LA SRA K. ¿QUÉ FUE DE IDA BAUER?

Los sueños tienen una importancia capital en el caso Dora. Freud lo expresa así en una carta a su amigo y colega Fliess: “Ayer terminé ‘Sueños e histeria’. Es un fragmento del análisis de un caso de histeria, y las elucidaciones versan en él en torno de dos sueños”.1 Y añade que en realidad es una continuación de su libro La interpretación de los sueños, que ha publicado en 1900, un año antes.

También, en las “Palabras preliminares” del caso insiste en que una condición ineludible para quien desee profundizar realmente en la comprensión de los procesos psíquicos es conocer en profundidad los problemas del sueño, de otro modo no avanzará nada en esa materia.

Dora aporta dos sueños a su corto análisis. Entre el primero y el segundo hay sólo unas pocas semanas de diferencia. Este segundo sueño es considerado por Freud más difícil de interpretar, pero muy interesante por lo que aporta de comprensión a sus hipótesis sobre la paciente.

En este sueño Dora se ve a sí misma paseando por una ciudad cuyas calles y plazas le resultan desconocidas, ignora de qué lugar se trata. En una de estas plazas ve un monumento. Llega a la casa donde vive en el sueño, no es su casa real pues, se dirige a su habitación y encuentra en el suelo una carta de su madre. En ella su madre le dice que como ella se ha ido de la casa familiar sin que los padres lo supieran, no quiso notificarle que el padre estaba enfermo. Le dice: “Ahora ha muerto, y si tú quieres?  [así, con un signo de interrogación al final] puedes venir”. Ella se dirige entonces a la estación de ferrocarriles, Bahnhof, y pregunta cien veces por el lugar donde se encuentra la estación, dice que cien veces le responden lo mismo: “Cinco minutos”. A continuación, ve enfrente de ella un bosque muy tupido y entra en él, pregunta a un hombre, y éste le dice: “Todavía dos horas y media”. La segunda vez que Dora relata este sueño dice sólo dos horas. El hombre le pide que le deje acompañarla, pero ella se niega y se marcha. Ahora tiene ante sí la estación, pero no puede alcanzarla. Dice que siente esa angustia característica de los momentos en que en los sueños no se logra seguir adelante. Después está en casa, imagina que debe de haber viajado para llegar allí pero no lo recuerda. Llega a la portería y pregunta al portero por su casa. La chica de servicio le abre y le dice: “la mamá y los otros ya están en el cementerio (Friedhof)”; en la siguiente sesión Dora añade dos detalles: dice que ve muy claramente cómo ella misma sube una escalera, dice que tras la respuesta de la chica se va a su habitación; no está triste en absoluto, y se pone a leer un gran libro que hay encima de su escritorio.

Veamos ahora el análisis del sueño. La ciudad por la que Dora pasea en el sueño le resulta totalmente desconocida, Freud pregunta si no habrá visto fotos de ciudades en algún lugar, lo cual hace surgir el recuerdo de un álbum que le han regalado por Navidad donde había vistas de una ciudad alemana de descanso, en una de las postales se veía la plaza con el monumento que aparece en el sueño, esta postal se la ha enviado un joven ingeniero que aspira a ser su pretendiente cuando consiga un trabajo que le permita ser económicamente independiente; había estado buscando el álbum para enseñarlo a unos familiares, lo tenía guardado en una cajita de postales, y fue entonces cuando le preguntó a su madre: “¿Dónde está la cajita?”. Esta pregunta se relaciona con: “¿Dónde está la estación?”, del sueño.

Los paseos sin una dirección determinada de Dora se remiten a un primo a quien acompañó para enseñarle la ciudad, esta visita le trae al recuerdo una vez que estuvo en Dresde; otro de sus primos quiso mostrarle la famosa Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos pero, como en el sueño (el hombre del bosque se ofrece a acompañarla), ella lo rechazó y prefirió verla sola.

 Ahora llegamos a una asociación de Dora que es muy importante, se queda dos horas (tenemos aquí las dos horas a las que se hace referencia en el sueño) delante de un cuadro. Se trata de la Madonna Sixtina de Rafael. ¿Por qué Dora se queda tanto tiempo contemplando este cuadro? La Virgen (en este cuadro Rafael la representa como una aparición divina que desciende desde su mundo espiritual) es lo que parece haber impresionado a Dora, pues cuando Freud le pregunta sólo acierta a nombrar a la Madonna.

Vemos que las imágenes tienen un lugar importante en el sueño, las del álbum, las de Dresde, la imagen de la Madonna. Freud cree que Dora se identifica con el joven ingeniero, ella también espera para lograr una meta. Pero ¿qué es lo que espera Dora? Llegar a una estación de ferrocarriles, que Freud sustituye por una cajita, por la pregunta de antes: “¿Dónde está la cajita?”. Pero Dora está utilizando una palabra en alemán schachtel, que se refiere a la mujer de un modo peyorativo (scha, significa “almeja”). Vemos claro entonces que está aludiendo a los genitales femeninos.

Con lo que sigue ya nos acercamos a la realidad familiar de la paciente. Esa pregunta que ella repite cien veces hace referencia a la noche anterior. Su padre le pide que le lleve coñac, pues le cuesta dormir. Dora pide a su madre la llave del bargueño (un bargueño es un mueble de madera tallada con muchos cajoncitos). La madre está distraída en otra conversación y ella debe insistir con impaciencia: “Te he preguntado ya cien veces dónde está la llave”, pero no han sido cien, sino cinco, los cinco minutos de la frase que ella repite varias veces en el sueño. Vuelve aquí la referencia a la cajita, a los genitales, pues la pregunta de dónde está la llave de ese mueble repleto de cajoncitos, de cajitas, sería el equivalente a “¿dónde está la cajita?”, a la que se hace alusión también en el primer sueño. Por otra parte, parece claro que Dora ha establecido la relación entre el insomnio y la ausente vida sexual de su padre. Siguiendo con las referencias al padre llegamos al contenido de la carta que ella encuentra en el suelo. Freud le recuerda a Dora esa otra carta que ella escribió para que sus padres la encontraran con la intención de que su padre dejara su relación con la señora K. El sueño parece ser un deseo de venganza contra el padre, como lo fue su carta real. Pero no hay que pasar por alto ese “si tú quieres?”, que es significativo por acabar en un interrogante donde no parece lógico que lo haya. Dora recuerda una carta de la señora K. en la que la invitaba a L. (lugar donde se desarrolla la famosa escena del lago). Freud aprovecha para preguntarle acerca de lo que pasó con el señor K. junto al lago. La frase del señor K.: “No me importa nada de mi mujer”, la bofetada y la huida de Dora. Volvemos a enlazar con el sueño cuando Dora cuenta que le pregunta a un hombre qué distancia había si daba la vuelta al lago, “dos horas y media”, lo mismo que le responden en su sueño cuando pregunta por la estación. Dora vuelve sobre sus pasos, encuentra de nuevo al señor K., quien le pide que no cuente nada de lo sucedido. Ella no le responde. También el bosque es igual que el de su sueño; este bosque lo relaciona con un cuadro que ha visto ayer en una exposición, y ¿qué hay en segundo término? Ninfas. Las imágenes, bild en alemán, de las que hemos hablado en el sueño (de ciudades, los cuadros de la galería), son también weibsbild (“mujer” en un sentido coloquial).

Una ocurrencia de Freud nos pone sobre otra pista, bahnhof significa estación ferroviaria, donde hay tráfico, palabra que nos puede hacer pensar en el comercio sexual, y friedhof es el cementerio, ambas se parecen a vorhof que significa “vestíbulo”, que en anatomía se utiliza para designar una zona concreta de los genitales femeninos. Freud ve un símbolo de una geografía sexual: el bosque es el vello del pubis, las “ninfas” en lenguaje médico son los labios menores; e interpreta que el sueño esconde una fantasía de desfloración: la dificultad que ella siente al querer avanzar y su angustia aluden a la virginidad, así como su interés por la Madonna Sixtina del cuadro.

 Ambos términos, ninfa y vestíbulo, sólo pueden ser conocidos por alguien que ha estado informándose en manuales de anatomía. Cuando Freud expone ante Dora sus conclusiones, ella recuerda la parte del sueño donde lee un gran libro, este gran libro parece ser una enciclopedia, y el hecho de que en el sueño lo lea tranquila, y no con la prisa que sienten los niños al leer algo que saben prohibido, es porque en el sueño su padre ha muerto: ya nadie podrá pues privarla de sus lecturas. Además, aparece otro recuerdo: ella consultando una enciclopedia al oír que un primo tenía apendicitis, poco después de saber que su amada tía estaba enferma. Al morir su tía paterna, Dora había mostrado signos de sufrir una apendicitis, que a la luz de estos datos se interpreta como otro de sus síntomas histéricos.

Otro recuerdo de niñez podemos ver volcado en el sueño, cuando dice que “con particular nitidez, ella se ve subir por la escalera”. Tras la supuesta apendicitis Dora había tenido problemas para caminar, aún ahora arrastraba un poco el pie derecho. No había tampoco causas orgánicas. Este es un síntoma que Dora sufrirá toda su vida. Cuando Freud averigua por su paciente que la apendicitis aconteció nueve meses después de la escena junto al lago, ve claramente que todo es una fantasía de un parto: los dolores y el flujo menstrual. Aquí vemos un ejemplo de lo que escribe Freud en su artículo de 1908, “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, pues “un síntoma histérico puede asumir la subrogación de diversas mociones inconscientes no sexuales, pero no puede carecer de un significado sexual”. Es muy posible que Dora leyese en la enciclopedia acerca del nacimiento y el parto, cosa que no niega; la dificultad para caminar con la pierna derecha aparece como una metáfora de haber dado “un mal paso” que daría un fruto nueve meses después. El necesario modelo infantil para que estos síntomas puedan darse en el futuro es un torcimiento del pie cuando era una niña, motivo por el cual tuvo que reposar durante unas cuantas semanas.

Actualmente nos resulta inadecuado ver cómo Freud iba transmitiendo sus descubrimientos a la paciente, sin esperar a que las asociaciones fueran apareciendo con algunas preguntas, significantes y silencios, dando tiempo para que la novela neurótica se despliegue en toda su magnitud. Pero el psicoanálisis estaba en sus inicios y había que ir construyendo una técnica y una teoría con todos los “malos pasos” que esto siempre conlleva. Tras la insistencia de Freud en que ella está interesada en el señor K., Dora se despide amablemente y no regresa más.

DORA Y LA SEÑORA K.

El matrimonio compuesto por la señora K. y el señor K. entablan relación con el padre de Dora, Philipp, un hombre enfermizo, en una ciudad de descanso, Meran, en el Tirol austríaco, adonde éste ha ido para curarse de su tuberculosis; estamos en 1888. Es el señor K. quien unos años más tarde le recomendará al padre acudir a la consulta de Freud. Cosa que hará con buenos resultados.

En 1894, la señora K. le asistirá como enfermera, y será así como acaben convirtiéndose en amantes.

La relación clandestina del padre es ocultada a la hija, pero Dora a su vez cuida con gusto a los hijos de este matrimonio y participa del engaño, sabe lo que ocurre. Sin embargo, el padre descubre una carta de Dora en la que anuncia sus deseos de quitarse la vida, y la interpreta acertadamente como una puesta en escena nada más, pero como unos días más tarde habla con ella y Dora se desmaya, decide llevarla a ver a Freud. Éste la diagnostica de histeria, con toda la variedad de síntomas asociados, y comienza a tratarla. Dora está insatisfecha y enfadada con su padre, a quien por otra parte quiere tiernamente. Es durante este análisis que Freud descubre que el enfado de Dora se debe a un viaje que padre e hija han hecho para reunirse con el matrimonio K. La muchacha iba a permanecer con ellos, y el padre debía volver. Sin embargo, en el último momento Dora se niega a quedarse e insiste en regresar con su padre. Unos días después cuenta que el señor K., durante un paseo por el lago, le ha hecho proposiciones amorosas. Exige al padre que rompa con la señora K. pero éste se niega. Freud cree a Dora cuando declara que su padre y la señora K. son amantes.

Sin embargo, ella hace tiempo que lo sabía, sostenía esa relación cuidando a los hijos para que puedan verse, y hasta ahora no ha dicho nada. ¿Por qué? Dora siente que es una pieza de intercambio en la relación: es ofrecida al señor K. para que su padre pueda entenderse con la esposa de éste. El trauma ha estallado enlazado con otra experiencia anterior. Cuatro años antes Dora acudió a la tienda del señor K. pues había quedado con el matrimonio, él había planeado quedarse solo a esperarla; se acercó a ella, la estrechó contra sí y la besó. Dora tiene un recuerdo desagradable del suceso, que quedó silenciado, y cuenta que sintió un violento asco. Con la escena del lago se reedita la situación anterior, siempre necesaria para crear un trauma neurótico: “El síntoma histérico es el símbolo mnémico de cierta impresiones y vivencias (traumáticas) eficaces. (…) es el sustituto, producido mediante ‘conversión’, del retorno asociativo de esas vivencias traumáticas”.2

Freud, que se identifica con el señor K., interpreta la reacción como anormal en una chica joven. Cree que Dora está enamorada del señor K. y prosigue su análisis con esa premisa.

Si la trasferencia había sido positiva en el comienzo al darle Freud la razón a su paciente sobre la relación oculta de su padre con la señora K., ahora la insistencia en que ella acepte sentimientos que le son ajenos crea una transferencia negativa que interrumpe la terapia.

Pero ¿qué es lo que le pasa a Dora?

En realidad, sus celos esconden su interés por la señora K., ambas tienen una relación especial, es su confidente, su verdadero interés se centra en esta mujer: “su cuerpo blanquísimo”, dirá, pues ella, en realidad, no ama al señor K., sino que se identifica con él.

Como explica Freud en el artículo anteriormente citado, hay en la histeria mociones pulsionales contrapuestas, una de carácter masculino y otra femenino. Dora no se ha colocado en el lugar de objeto de deseo para un hombre, antes debe averiguar qué busca en su interés por la señora K., qué la tiene tan fascinada de ella. La señora K. representa la clave del deseo masculino; como el recuerdo de la Madona Sixtina que despierta el segundo sueño, la fémina adorada por todos los hombres, y la respuesta a la pregunta que hay en toda histeria: ¿qué es ser mujer? ¿Qué es lo deseable en una mujer? ¿Qué sabe ésta sobre cómo dar placer a un hombre? En su insistencia en que Dora acepte un interés amoroso que no reconoce como propio Freud fija el síntoma y pierde a su paciente.

En una nota a pie de página del informe sobre Dora, Freud reconocerá su error: “No atiné a colegir en el momento oportuno, y comunicárselo a la enferma, que la moción de amor homosexual hacia la señora K. era la más fuerte de las corrientes inconscientes de la vida anímica”.3

¿QUÉ FUE DE IDA BAUER?

El verdadero nombre de Dora fue Ida Bauer, nacida en Viena en 1882. Sus padres eran Katharina y Philipp, y tenía un hermano un año mayor llamado Otto.

Rastreando en internet pistas acerca de la identidad y futura vida de la paciente de Freud encontré un documento en el cual Felix Deutsch, quien fuera médico personal de Freud en los años veinte, explica que identificó a Dora en la persona de Ida Bauer; ella misma confesó al médico con orgullo ser la famosa Dora del caso freudiano.

Deutsch informó a Freud de esta visita y éste nunca reveló la confidencia. La identidad de la paciente seguía siendo confidencial.

Nos hallamos en 1922, Ida Bauer tiene 42 años, está casada y es madre de un hijo varón; ella y su marido han abandonado la fe judía y se han bautizado como protestantes a los pocos meses de nacer el niño. Ha consultado a un otorrino, quien a su vez consulta a Deutsch, pues los síntomas parecen tener una causa no orgánica.

Bauer está en cama con el síndrome de Menière: insomnio provocado por tinitus, pérdida de audición y mareos. Se queja de ruidos insoportables en el oído derecho (tinitus), se marea al volver la cabeza. Tiene constantes jaquecas. Dice que su marido la ignora y que su matrimonio es muy desgraciado. Su propio hijo no le hace caso: ha terminado sus estudios, sale mucho. Es sintomático que la madre se lamente de que “le interesan las mujeres”, y que lo espere cada noche escuchando atentamente su regreso.

Sigue siendo amiga de la señora K., cuyo verdadero nombre es Peppina Zellenka. En Viena se ha puesto de moda jugar el bridge y no hay salón elegante que no tenga una profesora de este juego de cartas; ambas trabajan dando clases.

Habla de su matrimonio fracasado, es frígida. Califica a los hombres de egoístas, pedigüeños y tacaños. Su padre estuvo muy enfermo, a menudo loco. La madre ha sido ingresada en un sanatorio por tuberculosis. Vive preocupada por sus resfriados y dificultades respiratorias, tose por las mañanas; Ida es fumadora.

Deutsch observa que sigue renqueando de la pierna derecha y le comenta que eso puede tener que ver con su hijo. Sus ataques parecen desaparecer después de esta relación. La transferencia es positiva y se visita con este médico varias veces.

Siente asco por el sexo, sufre de dolores premenstruales, le disgusta el flujo vaginal. También menciona lo mucho que padeció de pequeña con la manía de su madre por la limpieza y su falta de amor. Igual que la madre, Ida padece estreñimiento.

Treinta años más tarde un informante aportará más datos al médico: tras la ocupación alemana en Austria, ya viuda, pierde toda su fortuna intentando conseguir un visado para huir del país, finalmente logra entrar en Francia y desde allí su hijo la llevará con él a Estados Unidos. El marido ha muerto de una enfermedad coronaria, torturado por el carácter de Ida, pero aun así incapaz de separarse.

El hijo es un músico de talento reconocido; ella le trata igual que al padre: es posesiva, exigente, sus reproches no terminan nunca. Muere en Nueva York en 1945 de un cáncer de colon. Ha amargado a todos con continuas alarmas relacionadas con sus múltiples síntomas y su carácter difícil e infeliz.

A pesar de que la personalidad de esta malograda mujer no suscite simpatías es fácil sentir compasión por aquella jovencita que nació en un hogar enfermo. El padre, con sus continuas enfermedades y trastornos, psíquicamente desequilibrado, y la madre histérica, no pudieron darle a Ida amor y un lugar en la familia.

NOTAS

  1. Freud, S. “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora)”, en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo VII, pág. 4.
  • Freud, S. “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, en Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo IX, pág. 144.

BIBLIOGRAFÍA

Además de los libros mencionados en las Notas:

Deutsch, F. Una nota a pie de página al trabajo de Freud “Análisis fragmentario de una histeria” 1957. Publicado originariamente en The Psychoanalytic Quaterly, 1957, XXVI. Versión española en Revista de Psicoanálisis, 27, nº 3, 1970, pág. 595.

Orandi, M. Quién era “Dora” (“Fragmento de análisis de un caso de histeria”, de S. Freud). Notas sobre la biografía de Ida Bauer. 11 abril, 2012.

Vucínovich, N. y Otero Rodríguez, J. “Dora según Lacan”, en Rev. Asoc. Neuropsiq., 2015; 35 (126), págs. 355-366.