Psicoanalista en Barcelona | Psicoanálisis

APUNTES DE TÉCNICA PSICOANALÍTICA

Este verano surgió en una charla con un familiar el tema de la psicología planteada como negocio. Mi interlocutor se proponía dedicar cuatro años de su vida a re-correr los estudios de psicología para hacerse con un título y montar un gabinete enfocado a los problemas derivados de una mala nutrición. Se trataba de que fuera un negocio muy lucrativo, poder trabajar menos y ganar mucho más que en su anterior profesión.

Le dije que, a mi entender, tratar el aspecto psicológico de la nutrición es mucho más extenso, complejo y delicado de lo que a menudo se cree.

¿Se proponía limitarse a elaborar dietas para personas con un ligero sobrepeso? No.

Comenté que después de los estudios reglados se extiende un largo, inmenso e interesante camino de investigación. Por poner un ejemplo, ¿sabía que la anorexia es un síntoma que puede ocultar problemas psíquicos muy graves? Pues no.

La aplicación de la psicología, la psicoterapia, para algunos, es un medio fácil, en apariencia, para obtener ingresos. Todos nos sentimos un poco psicólogos cuando escuchamos a nuestros amigos, a nuestros clientes, a extraños incluso, y deslizamos consejos que nos dicta el sentido común, la experiencia. Todos nos creemos capaces. Tal vez de ahí surgieran las psicoterapias con supuestas herramientas sencillas para hacer más llevadera la vida. Es difícil mantenerse en la cuerda floja de la vida, mirar abajo sin angustia mientras se transita por ella, a veces con la tentación de dejarse caer, o sin saber cómo no quedarse colgado, bloqueado, paralizado.

Pienso que poco saber es peligroso, pero también es bien cierto que no podemos saber de todo, y mucho menos en profundidad. Sin embargo, creo que sí deberíamos siempre tener presente que ignoramos muchas cosas, para de ese modo no cometer demasiadas imprudencias derivadas de la inexperiencia, la ignorancia y la arrogancia.

En esa conversación de sobremesa no quise evitar la imprudencia de deslizar alguna información sobre la mirada psicoanalítica. A menudo he pensado que los psicoanalistas y aspirantes tienen -tenemos- la “obligación” de extender el saber psicoanalítico entre los profanos. Es cierto que tememos pervertirlo, malearlo, trivializarlo, pues un saber con un cuerpo teórico tan extenso y complejo es imposible de reducir a unas cuantas frases sencillas y comprensibles. De ahí que más que proponerse transmitir una teoría críptica me parezca más interesante y efectivo infiltrar este modo de hacer en temas tan fundamentales como, por ejemplo, la educación de los niños, las relaciones, la familia, la sexualidad…

Volviendo a lo anterior, en contra de la opinión generalizada en este corsé capitalista en el que nos asfixiamos, no todo puede ni debe ser utilizado con objetivos crematísticos. El psicoanálisis no es un negocio, las escuelas que se proponen que este saber no desaparezca bajo las capas de superficialidad, artificio y necedades disfrazadas de pensamiento (nuestra sociedad), no se conciben como tal. El estudiante, el psicoanalista, que se adentre en esta disciplina, con los oídos abiertos para poder captar su Verdad, descubrirá que va a entregar los placeres de sus días a una pasión, y que ya nada va a ser mirado, sentido ni escuchado como antes.

En la conversación que mencionaba, mi interlocutor habló de un método para eliminar las fobias en unos cuantos pasos, etapas, de progresiva exposición al objeto fóbico. Ah, pero ¿cómo es eso? El objeto fóbico es en realidad una fachada, una apariencia, un lugar donde colocar el devastador miedo que reside en el interior del sujeto; la fobia es un síntoma, un enigma a descifrar. Esto me hizo recordar el tradicional proverbio chino: “Cuando el sabio señala la luna el necio se queda mirando el dedo”; el sabio es el saber, está ahí para que lo cojamos, lo apreciemos, lo reconozcamos, y cuántas veces somos incapaces de mirar en la dirección adecuada.

El psicoanálisis es una praxis y una pasión para el psicoanalista. Es una práctica muy articulada a su teoría, y siempre cada caso primará sobre la segunda; Lacan decía que cuando algo encaja en la teoría es señal de un engaño. Querer ayudar a los demás, curarlos, no es el lugar desde donde se parte. “La clínica psicoanalista no es ni médica ni psiquiátrica, es una clínica de la escucha (…) es la escucha de un saber transferido al analista” (Laura Vaccarezza, ¿Cómo se forma un psicoanalista?, pág. 53). Es un proceso que el analista inicia con su analizante sabiendo que todo sujeto es singular, aunque todos seamos uno entre muchos.

El analista se presta a quien acude a su consulta como objeto a ser usado para que este demandante pueda hacer un viaje hacia los adentros, un descenso interior a un «lugar» oculto y falto de luz, inexplorado, aunque intuido, que ha quedado debajo de la carga de educaciones, lastres, imposiciones, cadenas y goces diversos. Al terapeuta psicoanalítico le interesa la resubjetivación del paciente, su abandono de una queja que reconoce inútil, su cambio de posición, su verdad. El deseo del analista es que su analizante quiera lo que realmente desea.

Como es el gran desconocido, se ignora que el psicoanálisis es la fuente de donde surgen la mayoría de las psicoterapias, pálidas luces del origen. De ahí esos “atractivos” métodos de curación exprés, como el que me comentaba mi amigo que pensaba aplicar a las fobias: “Yo te digo lo que tienes que hacer para curarte, porque tú puedes controlar tu psique, porque todo lo que hay es lo que ves”. ¡Adiós lapsus, adiós repeticiones insufribles, adiós goces idiotas, adiós síntomas que reaparecen una y otra vez! Bienvenido ese Gran Otro curativo que nos dirá lo que hacer en cada ocasión y a lo largo de toda nuestra vida.

Nada más lejos de la clínica del psicoanálisis, que lo que busca es  que aflore un sujeto lo más libre posible. Un sujeto menos sufriente, más claro, un huérfano voluntario que  se ahije a sí mismo, que mate simbólicamente al Padre, al Otro con mayúsculas, a cualquier dios usado como refugio de uno mismo.

A la vez, este sujeto, en el camino de su análisis, va desprendiéndose de sus ideales e ilusiones esclavizadoras, y poco a poco se reconoce como un ser falible, sujeto barrado, castrado, solo, pero liberado de la obligación de encajar en un mundo donde, como en el lecho de Procusto, nunca se acaba de estar cómodo; sin la obligación y el ansia de ser quien no es, de ser lo que desearon otros. El análisis es una búsqueda de uno mismo, de los propios deseos, que en ocasiones coincidirán con los de los progenitores, pero otras veces no.

La principal herramienta con la que se trabaja en análisis es el lenguaje, la batería de significantes que usamos cada uno de nosotros. Lacan introduce el término “lalengua” para expresar el uso particular de la palabra que está fuera de una lógica gramatical o léxica, es en esta “lalengua” donde asoma el inconsciente del sujeto y donde pone atención el analista. El paciente ya no sabe lo que dice ni desde dónde lo dice, es el sujeto de la enunciación, ya no el del enunciado. El analizante da de repente a entender algo diferente de lo que pretendía, con alguna ironía, actos fallidos, un chiste, un sueño, un lapsus, como vemos en este conocido ejemplo: “¡Ya sé que usted está esperando que yo haga un lapsus!… Pero sepa que yo no le voy a dar el busto”. Se puede decir que más que habla “es hablado”.

Para lograr este afloramiento del inconsciente, estas formaciones, como las llamó Freud, es conveniente que hable de cualquier cosa y sin detenerse a racionalizar lo que dice, que “el discurso se histerice”; dejar que salga por su boca todo lo que se le ocurra -y le ocurra- con el mínimo control o censura posible. El analista escuchará con atención y con los mínimos prejuicios, sin interrumpirle, y solo interviniendo sobre lo ya dicho, sin dejarse llevar por suposiciones; sabe que trabaja con una realidad  psíquica y que se trata de que el analizante hilvane el recuerdo.

Es una guía para el analista ubicar al paciente en una estructura psíquica para la dirección de la cura, pues cada estructura psíquica tiene modos distintos de intervención psicoanalítica. A partir de ahí empieza una aventura compartida donde el analizante le supondrá un saber sobre sí mismo al analista y éste hará un semblante de neutralidad que en lo posible permita al paciente tomarlo como espejo donde proyectar sus figuras parentales, personajes de la infancia que lo conformaron como es, así como sus miedos, sus traumas. Un espejo, en definitiva, donde proyectarse, un soporte para que los significantes se muestren en su discurso.

El analista “existe” en la medida en que el analizante lo crea y le cree, le otorga un saber que todos tenemos sobre nosotros mismos sin saberlo; como dice Freud: «un saber no sabido que se ignora que se sabe».

El analista cuidará su palabra, sus interpretaciones tendrán una función de oráculo, en el sentido de poseer una ambigüedad, una multitud de sentidos para que el paciente elija el propio. No deben ser nunca opiniones, no deben atrapar al analizante en un callejón sin salida, esto no haría más que robustecer y fijar los síntomas.

Esta relación sumamente especial y delicada entre un analista y su analizante es lo que se denomina la transferencia.

Mientras redactaba este artículo y lo leía y releía para corregirlo y ampliarlo, acudieron a mi memoria una anécdota y un relato. Ambos están relacionados con la relación analista-analizante y también con lo que representa el psicoanalista para su paciente.

La anécdota la escuché en un seminario hace años: un paciente que ya se encuentra al final de su análisis pasa por la consulta del analista y se despide así: “Sólo vine a constatar que usted ya no estaba aquí”.

El relato se titula La vida privada, del novelista anglosajón Henry James. Trata de un grupo de turistas de la alta sociedad, la cultura y el arte, que se encuentran pasando unas vacaciones en un balneario en las montañas suizas. Uno de ellos, Blanche, la actriz, descubre una extraña circunstancia en otro artista, el pintor lord Mellifont. Durante un paseo por la montaña se han separado, ella quiere volver al hotel y él desea continuar. Tras pocos pasos, la joven se da cuenta de que se ha quedado con un cortaplumas que pertenece a su amigo y decide desandar el camino con la intención de devolvérselo. Ante su sorpresa, es incapaz de encontrarle, lord Mellifont ha desaparecido, no está donde debería seguir estando, pues no hay otros caminos donde ocultarse. Blanche acaba descubriendo que su amigo sólo está, solo existe, cuando la mirada de ella, de otro, lo espera. Lord Mellifont debe ser convocado para que exista, debe ser “proyectado” por el otro, es un semblante.

Sirvan ambos ejemplos para hacer más comprensible lo que ocurre al final del análisis. El analizante, que ya puede sostenerse a sí mismo, que se ha resubjetivado y es ahora su propio padre y su propia madre, descubre que ya no hay nadie al otro lado, que las respuestas siempre las tuvo, y así el analista puede desaparecer.