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ACOMPAÑAR LAS PSICOSIS

Pascal tenía su abismo moviéndose con él.

Baudelaire, El abismo

No son tantas las ocasiones en que un psicoanalista que solo atienda en consulta privada pueda tener la oportunidad de acompañar las grandes psicosis, la locura con mayúsculas, esos locos a los que suele referirse el psiquiatra y psicoanalista José María Álvarez, los “que hablan con Dios, pero que sobre todo Dios habla con ellos” (1), que es lo más grave. Quienes sí pueden acudir a sesión son sujetos más compensados, con psicosis más escondidas, psicosis blancas o larvadas, por desencadenar o no. Es por eso por lo que es fundamental para el clínico poder distinguir el tipo de estructura de quien le habla. Neurosis, psicosis: dos caminos diferentes, dos posiciones del analista.

En el Seminario 3, Lacan insistía en la diferencia entre neurosis y psicosis, sirviéndose como ejemplo del caso Dora. El psiquiatra y psicoanalista francés se muestra muy estricto en materia de diagnóstico. No es suficiente, por ejemplo, con que un paciente sea de trato difícil, que muestre una relación agresiva y de desconfianza hacia sus allegados, para dictaminar que se trata de un paranoico.

Por más que eso sea un rasgo distintivo, “para que estemos en la psicosis tiene que haber trastornos del lenguaje” (2) dice. También lo escribe Freud en El porvenir de una ilusión: “Cada uno de nosotros se comporta en algún punto como el paranoico, corrige algún aspecto insoportable del mundo por una formación de deseo e introduce este delirio en lo objetivo” (3).

En su clase del 30 de noviembre de 1955, del seminario dedicado a la psicosis, Lacan se refiere a una paciente psicótica, explica que tardó un tiempo en poder obtener la prueba de que no se trataba solamente de una mujer de carácter difícil y asocial, dice que tras más de una hora de interrogatorio pudo ver que “en el límite de ese lenguaje, del que no había modo de hacerla salir, había otro. El lenguaje, de sabor particular y a menudo extraordinario que es el del delirante. Lenguaje en que ciertas palabras cobran un énfasis especial, una densidad que se manifiesta a veces en la forma misma del significante, dándole ese carácter francamente neológico tan impactante en las producciones de la paranoia. En boca de nuestra enferma del otro día, por fin surgió la palabra galopinar, que rubricó todo lo dicho hasta entonces” (4). Vemos aquí la aparición de un neologismo, esa palabra nueva de uso exclusivo habitual en el hablante psicótico, ese vocablo que expresa pero que no puede explicar. Esta palabra inventada viene a ocupar el agujero en la cadena significante, en el silencio en el discurso, porque falta la metáfora paterna, falta la significación, solo hay signo.

¿Qué pensamos leyendo a Freud, leyendo a Lacan, estudiando a tantos que han teorizado y escrito sobre su propia clínica y la de otros más ilustres que ellos? La regla fundamental para todo tratamiento, para todo acompañamiento del que sufre, sea psicosis o no, es una escucha muy atenta. Es una escucha sin juicio, sin pensamiento, intentando olvidarse a uno mismo en esa escucha, y sin el apresuramiento que nos compele a comprender lo que está diciendo el otro. Lo que comprendemos enseguida probablemente esté demasiado teñido de nosotros mismos, de nuestra subjetividad. Lacan nos advierte de esto en su seminario 3: “Lo comprensible es un término fugitivo, inasible, es sorprendente que nunca sea calibrado como una lección primordial, una formulación obligada a la entrada a la clínica. Comiencen por creer que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fundamental (…) la dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de situarla en el plano de la comprensión” (5).

El psicoanalista, sobre todo el poco experimentado, ha de perder la rigidez y los asideros de la teoría precisamente para poder aprovecharla cuando le sea útil, cuidando de no encajar al paciente en ella como en un lecho de Procusto. En relación con la psicosis, el analista busca en su escucha la relación del sujeto con el lenguaje, la lógica que hay en su discurso, lo que Lacan llama la verdad detrás del discurso.

Se puede distinguir una psicosis de una neurosis porque en ésta vemos desplegarse la trama edípica, están los padres, los hermanos, la terceridad, la rivalidad, la Ley. Pero en la psicosis eso está forcluido, no aparece; ya sabemos que el Nombre del Padre no ha actuado. Lacan rescató un término del vocabulario legal para expresar que el padre no ha acudido a realizar su función de liberar al hijo de la madre, no ha acudido o no ha sido convocado por la madre. Un padre que no transmite la ley sino que la encarna, un padre de la horda, puede dar como resultado, por ejemplo,  la inmersión en la locura de Schreber cuando lo nombraron Presidente de la Corte de apelaciones en Leipzig: tiene que asumir un lugar, el Nombre del Padre, del cual carece; solo puede hacerlo él, y sin embargo, precisamente él no puede. Es entonces cuando se desata la pulsión y se produce el delirio.

También podemos observar la psicosis en la holofrase, la ecolalia, la alucinación… y la certeza. Importante siempre no desmentir la certeza, como sí ponemos en duda en la neurosis, pues la creencia en su delirio les aporta estabilidad; la psicosis es una pérdida de contacto con la realidad, y el delirio sirve para, en cierta manera, ordenar su mundo para poder vivir con menos angustia.

Una herramienta poderosa para relacionarnos con sujetos de estructura psicótica es saber usar la transferencia. Sabemos que no hay una sola psicosis, las psicosis son varias y engloban la esquizofrenia, la paranoia, la melancolía…, y para cada una de ellas la relación del clínico con su paciente será distinta. Lo explica muy bien José María Álvarez en su libro de Principios de una psicoterapia de la psicosis: en el esquizofrénico predomina lo Real, es un ser fragmentado, se muestra indiferente, va y vuelve, pero, a pesar de su apatía con el otro, deja señales de su vínculo, hay que estar a su lado pacientemente hasta que pueda decir algo; el paranoico, sin embargo, es muy desconfiado, hay un predominio de lo imaginario, necesita usar al analista como la excepción a su regla de que todos le odian, aunque puede fácilmente desarrollar una relación erotómana con éste: “(…) la erotomanía y la transferencia erotomaníaca no son una excentricidad amorosa sino un delirio de persecución”, escribe Álvarez, en el sentido de que como el erotómano cree que el otro lo ama, lo persigue para que le declare su amor. El melancólico, por otra parte,  vive instalado en la queja, es muy dependiente y exigente, es fácil que establezca una transferencia densa y muy apegada.

También es útil recordar la figura inventada por Lacan del secretario del alienado: se le escucha con atención, dándole valor como sujeto, siempre con amabilidad y sinceridad, con comprensión. Recuerdo a este respecto a un jovencito del colegio Alba donde hice mis prácticas. Era muy complicado salir con él a realizar cualquier actividad fuera de la escuela, se empecinaba en hacer su voluntad y era capaz de arrastrar a su acompañante al lavabo de un bar para no salir en horas o proponer cualquier cosa con tal de modificar el itinerario establecido. Me propusieron ir con él en metro, pues estaba muy interesado en descubrir adónde se salía en cada estación. Se me ocurrió reunirme antes y decirle que confiaba en él y que sabía que todo iba a ir bien, sin imprevistos. Me aseguró que así sería y el paseo fue estupendamente, aunque en un primer momento yo no las tenía todas conmigo.

Otra posición que nos descubre el alienista de Valladolid es la de contrapeso o límite interno. El clínico puede tratar así de evitar el desbordamiento del paciente, poner límite a sus brotes. Álvarez habla de ser mecenas de su delirio, poder conducirlo hacia donde menos lo perjudique o hacia donde lo sostenga o estabilice; se trata de que él cambie de lugar en la historia delirante. Esto puede verse en el caso del presidente Schreber, atormentado porque Dios quería convertirlo en una mujer para crear una raza superior, hasta que consigue variar su posición pasiva, angustiada, donde él era gozado, por una posición más activa donde él colaboraba en el orden cósmico.

Para terminar, una anécdota memorable que contó Ricardo Piglia en su conferencia “Los sujetos trágicos”, de 1997. Piglia relacionaba el arte de la natación con el psicoanálisis, cómo el método psicoanalítico trataba de enseñar a nadar, de mantener a flote al sujeto en el mar, tantas veces convulso, agitado, del lenguaje. Como ejemplo de esta comparación recordó a Joyce cuando estaba escribiendo su extraordinaria obra Finnegans Wake, y tenía a su lado a su hija Lucía, a quien animaba a escribir como terapia para la locura. Joyce llevó a Lucia a visitar a Jung, le enseñó los escritos de la joven y le dijo que era lo mismo que escribía él. El psiquiatra suizo le respondió: “Pero allí donde usted nada, su hija se ahoga”. Lo que Joyce había conseguido amarrar con la escritura, estabilizar y sostener, a su hija no le servía. Lucía fue diagnosticada por Jung de esquizofrenia y acabaría interna en una clínica de Inglaterra donde moriría en 1982.

A pesar de no haber podido rescatar a su hija de las tinieblas de la locura,  Joyce estuvo siempre muy interesado en las aportaciones del psicoanálisis. Se sirvió de ellas para crear una narrativa que cambió totalmente la concepción de la novela en el siglo XX, y a él le dio la consistencia y la sujeción necesarias para “construirse un ego a la medida” (6). No en vano, cuando al escritor irlandés le preguntaban por su relación con Freud, él contestaba que su apellido y el del inventor del psicoanálisis querían decir lo mismo: “alegría”.

Ojalá fuera así para todos.

NOTAS

1. Álvarez, J. M. Principios de una psicoterapia de la psicosis, Barcelona, Xoroi Edicions, 2020.

2. Lacan, J. El seminario, Las Psicosis 3, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1991, pág. 133.

3. Freud, S. El porvenir de una ilusión, tomo 21, Buenos Aires, Amorrortu editores, pág. 81.

4. Lacan, J. El seminario, Las Psicosis 3, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1991, pág. 5.

5. Lacan, J. El seminario, Las Psicosis 3, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1991, pág. 35.

(6)  Expresión utilizada por el psiquiatra y psicoanalista Vicente Montero en su seminario de Psicopatología y clínica, 7 de octubre de 2021.

BIBLIOGRAFíA

Álvarez, J. M. Principios de una psicoterapia de la psicosis, Barcelona, Xoroi Ediciones, 2020.

Freud, S. El porvenir de una ilusión. El malestar en la cultura y otras obras (1927-1931), tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2012.

Freud, S. Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber), tomo XII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2013.

Lacan, J. Seminario 3, Las Psicosis, Barcelona, Paidós, 1991.

Lacan J. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis.” Escritos 3. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.

Maleval, J-C.   La lógica del delirio, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1998.

Piglia, R. Conferencia dictada en Buenos Aires con el auspicio de la Asociación Psicoanalítica Internacional (APA), el 7 de julio de 1997. https://piglia.pubpub.org/pub/3rdtz4zp/release/1